El bacteriólogo británico
Alexander Fleming debe su fama al descubrimiento de la penicilina, un antibiótico
que revolucionó la medicina moderna. La utilización de esta sustancia permite
tratar diversas enfermedades que, hasta bien entrado el siglo XX, se
consideraban incurables.
Alexander Fleming
Cabe reconocer que el hecho de
que sea posible utilizar la penicilina en la actualidad no se debe únicamente a
Fleming, sino que fue el resultado del esfuerzo de diversos investigadores. El
bacteriólogo británico descubrió el antibiótico en 1928, al estudiar un cultivo
de bacterias que presentaban un estado de lisis debido a la contaminación
accidental con un hongo. El propio Fleming se encargó, con ayuda de un
micólogo, de estudiar dicho hongo, al que se le otorgó el nombre de penicilina.
Sin embargo, fueron el médico australiano Howard Walter Florey y el bioquímico
alemán Ernst Boris Chain quienes iniciaron una investigación detallada y
sistemática de los antibióticos naturales y quienes promovieron la fabricación
y el empleo médico de la penicilina.
Fleming en su laboratorio
La penicilina comenzó a
utilizarse de forma masiva en la Segunda Guerra Mundial, donde se hizo evidente
su valor terapéutico. Desde entonces, se ha utilizado con gran eficacia en el
tratamiento contra gran número de gérmenes infecciosos, especialmente cocos; en
este sentido, se ha mostrado sumamente útil para combatir enfermedades como la
gonorrea y la sífilis.
En realidad, la penicilina inició
la era de los antibióticos, sustancias que han permitido aumentar los índices
de esperanza de vida en prácticamente todo el mundo. De hecho, el modelo de
preparación de los antibióticos proviene de la penicilina. De la misma manera,
la relativa simplicidad del núcleo de la estructura de esta sustancia, así como
la facilidad de las sustituciones en sus radicales extremos, han permitido que,
en la actualidad, se encuentren numerosas penicilinas semisintéticas o
sintéticas.
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