Victoriano Huerta
(Colotlán, Jalisco, 1854 - El
Paso, EE UU, 1916) Militar y político mexicano, presidente de México entre 1913
y 1914. Era de ascendencia india, lo cual no fue un obstáculo para que fuese
admitido en el Colegio Militar de Chapultepec, de donde salió, en 1876, con el
grado de teniente. Ascendió los primeros peldaños del escalafón militar en la
Comisión de Cartografía Mexicana, a cuyo servicio dedicó más de ocho años de su
vida. A lo largo de los diez años siguientes, en los distintos puestos que
ocupó en el seno del Estado Mayor durante la última parte del mandato de
Porfirio Díaz, acumuló experiencia en las fidelidades, traiciones y entresijos
de la vida política.
Victoriano Huerta
A las órdenes del general Ignacio
A. Bravo, Victoriano Huerta (cuya afición por la bebida era desmesurada, al
decir de los historiadores) participó primero en la represión de las rebeliones
de los indios mayas en la península de Yucatán (1903) y posteriormente, durante
varios años, en el sometimiento de los indios yaquis del Estado de Sonora. En
1910 asumió directamente el mando de la represión de los zapatistas en Morelos
y Guerrero. La mezcla de violencia, brutalidad y traiciones con que se empleó
en las campañas contra los indígenas dan la medida del talante autoritario y
mezquino del futuro usurpador de la presidencia de México, dado que por sus
venas corría sangre india.
Como recompensa por los servicios
prestados, Victoriano Huerta fue ascendido al rango de brigadier general. La
crisis del régimen dictatorial de Porfirio Díaz (1876-1911), tocado de muerte
con la campaña antirreeleccionista de Francisco I. Madero, lo llevó a
participar en una conspiración contra el régimen, no sin antes solicitar la
baja del ejército, aunque ésta le fue denegada. El estallido de la Revolución
mexicana (20 de noviembre de 1910) condujo a una rápida derrota del ejército
del dictador. Gracias a su pragmatismo, Huerta se convirtió en pieza clave de
la comisión que había de acompañar a Porfirio Díaz al destierro.
Durante la interinidad de
Francisco León de la Barra y hasta el nombramiento del presidente Francisco I.
Madero (1911-1913), Victoriano Huerta se dedicó a combatir con saña y tenacidad
a los seguidores del revolucionario agrarista Emiliano Zapata. Tras ocupar
Francisco Madero la presidencia de la República en noviembre de 1911, el
general Huerta decidió abandonar la milicia, pero posteriormente fue convencido
para continuar la lucha contra los líderes agraristas: Pascual Orozco y
Emiliano Zapata; este último había lanzado el Plan de Ayala, programa político
entre cuyas exigencias se encontraba la inmediata devolución a los indígenas de
las tierras que les habían sido arrebatadas bajo el régimen de Porfirio Díaz.
Huerta formó en Torreón la
División del Norte, derrotó a los orozquistas en Conejos, Rellano, La Cruz y
Bachimba y estuvo a punto de fusilar a Pancho Villa. Poco después de que el
levantamiento de Pascual Orozco fuera derrotado, el general Huerta y el
ejército se convirtieron en la base principal de la continuidad de la
presidencia de Madero por sus conexiones reaccionarias y gracias también al
bloqueo en el suministro de armas con destino a los antimaderistas impuesto por
el gobierno norteamericano. En septiembre, Madero lo nombró secretario de
Guerra en la capital de la República y consiguió derrotar una nueva rebelión.
La Decena Trágica
Sin embargo, los violentos
sucesos acaecidos durante la llamada Decena Trágica (del 9 al 19 de febrero de
1913) habían de cambiar definitivamente el destino de México. El 9 de febrero
de 1913 estalló una segunda sublevación contrarrevolucionaria dirigida por los
generales Reyes y Mondragón. Tras asaltar la Penitenciaría y liberar al general
Félix Díaz, Victoriano Huerta, que había fingido estar a favor de la
presidencia legal de Madero, fue nombrado por éste Comandante Militar de Ciudad
de México, en sustitución del general Lauro Villar, muerto en los combates.
Pero Huerta preparaba desde esa
posición la traición que le ha hecho pasar a la historia. Tras reunirse en
secreto con los conspiradores y luego con el embajador de Estados Unidos Henry
Lane Wilson (siniestro artífice del llamado Pacto de la Ciudadela o de la Embajada,
como de las dos maneras se le conoce), Victoriano Huerta diseñó un plan para
impedir que llegaran los refuerzos de Felipe Ángeles a la capital y dio un
golpe de Estado.
Victoriano Huerta y el embajador
norteamericano
So pretexto de darles protección,
Huerta detuvo a Madero y a su vicepresidente, Pino Suárez, a los que convenció
para que renunciaran a sus cargos a cambio de garantizarles la salida indemnes
de la capital. Una vez que sus dimisiones fueron conocidas por los componentes
del Congreso, éstos nombraron presidente interino a Pedro Lascuráin, cuyo
mandato duró escasamente cuarenta y cinco minutos, los necesarios para
renunciar a fin de que el general Victoriano Huerta asumiera la presidencia
"constitucional".
A partir de ese momento, los días
de Madero y Pino Suárez estaban contados. El 22 de febrero los sicarios de
Huerta se apoderaron de ambos políticos y, no lejos del presidio del Distrito
Federal, los cosieron a balazos. Para justificar su muerte se dio como versión
oficial la aplicación de la ley de fugas, asegurando que ambos políticos habían
muerto a consecuencia de los disparos cruzados entre las fuerzas que les
custodiaban y unos desconocidos que intentaban liberarles.
La presidencia de Victoriano
Huerta (1913-1914)
Huerta se deshizo poco a poco de
sus principales rivales, dividió a la oposición y se enfrentó a la Cámara de
Diputados, acabando por instaurar en la República un régimen militarista
sangriento que, si bien contó en sus inicios presidenciales con el apoyo de
gran parte de las clases medias, se encontró cada vez más aislado a medida que
el constitucionalismo (liderado por Venustiano Carranza, que contó con la
colaboración de los agraristas Pancho Villa y Emiliano Zapata) fue obteniendo
sucesivas victorias militares.
Su política, basada en
perpetuarse en el poder a cualquier precio, estuvo llena de desaciertos y, tras
prescindir de uno de los políticos en los que se apoyó, el general Félix Díaz,
y disolver el Congreso, se creó nuevos rivales con actos como las
"levas" de pacíficos ciudadanos (para nutrir de carne de cañón su
ejército) y los asesinatos de diputados (como Rendón, Domínguez y Gurrón) y de
profesionales, propietarios y empleados públicos.
Victoriano Huerta
Pero su mayor error fue atacar
los intereses norteamericanos al decidirse por las ofertas de los británicos en
cuestiones relacionadas con las concesiones petroleras. El nuevo presidente
demócrata norteamericano, Woodrow Wilson, optó entonces por retirar el apoyo a
Huerta y decantarse abiertamente por los revolucionarios constitucionalistas.
Tras la ocupación de Veracruz por los marines norteamericanos y la derrota de
los federales de Huerta en Zacatecas a manos de Pancho Villa, el presidente
Huerta entregó la renuncia a su cargo en la persona del licenciado Francisco S.
Carvajal e inició su exilio, que lo llevó primero Londres y luego a España.
Los plenipotenciarios alemanes
Franz von Rintelen y Franz von Papen le ofrecieron todo tipo de ayuda económica
y bélica para que regresara a México y (aprovechando las disensiones internas
del constitucionalismo) se hiciera de nuevo con el poder, a cambio de que
declarara la guerra a Estados Unidos. Victoriano Huerta se embarcó en Cádiz
rumbo a Nueva York, siendo detenido, junto a Pascual Orozco, en la estación
ferroviaria de Newman, en Nuevo México, acusado de conspirar en favor de
Alemania violando la neutralidad. Por su delicado estado de salud, se le dejó
libre en una finca que poseía en El Paso (Texas), pero, tras la fuga de Orozco,
Huerta fue internado en la cárcel militar de Fort Bliss, donde falleció víctima
de una cirrosis hepática el 13 de enero de 1916.
La figura de Victoriano Huerta no
puede fácilmente separarse de las páginas más negras del gran vendaval
revolucionario que agitó México durante las primeras décadas del siglo XX.
Huerta ha pasado a la historia como el artífice de la gran traición que acabó
con la vida de Madero y con las esperanzas que había suscitado su programa
modernizador.
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Su gran astucia estratégica, su
aparente lealtad hacia el nuevo poder constituido, su capacidad para golpear en
el momento oportuno, asestando el golpe de gracia mediante el asesinato
político sin escrúpulos para instaurar a continuación una dictadura sangrienta
y vestida con los oropeles de una legalidad institucional para consumo externo,
lo han convertido en la imagen del militar ambicioso, alcohólico y sin
escrúpulos, capaz de sacrificar el país en aras de sus intereses mezquinos.
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